¿Qué es el trauma?
Muchas personas piensan en el trauma como grandes catástrofes: accidentes, abusos, guerras, muertes súbitas… lo que solemos llamar “traumas con T mayúscula”. Pero también existen los “traumas con t minúscula”: experiencias cotidianas que no parecen tan graves desde fuera, pero que en su momento fueron demasiado dolorosas o intensas para poder integrarlas (un profesor humillante, una infancia en soledad, la crítica constante de un padre, el bullying escolar).
El trauma no es solo lo que pasó, sino cómo lo vivimos y cómo quedó registrado en nuestro cuerpo y nuestra mente. Sigue leyendo y te explico.
El puzzle del trauma
Imagina que tu memoria es como un gran puzzle que se va completando cada día. Normalmente, las experiencias que vivimos se archivan bien: las piezas encajan y la imagen cobra sentido.
Pero cuando algo nos desborda, esas piezas no logran colocarse en su sitio. En lugar de formar parte del conjunto, quedan desordenadas o sueltas. Eso es lo que ocurre con el trauma: los recuerdos se almacenan de manera descolocada, cargados de la misma intensidad emocional que en el momento original.
El problema es que, al estar mal colocadas, esas piezas pueden activarse con cualquier detalle cotidiano: un ruido, una mirada, una fecha, un olor. Y cuando eso pasa, la mente y el cuerpo reaccionan como si el trauma estuviera ocurriendo otra vez. No lo recordamos, lo revivimos.
👉 Por eso alguien que sufrió un accidente puede sentir que el corazón se acelera al escuchar un frenazo, aunque sepa que está a salvo. Su puzzle sigue mostrando la imagen incompleta y rota del pasado.
Con la terapia, esas piezas empiezan poco a poco a recolocarse. No desaparecen, pero se integran en el puzzle mayor de la vida. Lo que antes era una imagen incomprensible y dolorosa, se convierte en parte de la historia personal, sin gobernar el presente.
¿Cómo sé si esto me pasa a mí?
A veces el trauma no se reconoce como tal, porque no siempre se trata de “revivir” una escena clara del pasado. Muchas veces se manifiesta de formas más sutiles, a través de disparadores que hacen que el cuerpo y la mente reaccionen como si el peligro siguiera presente.
Algunos ejemplos que pueden ayudarte a identificarlo:
- En la calle: escuchas un portazo fuerte y, sin darte cuenta, tu corazón se acelera como si algo malo fuera a ocurrir.
- En las relaciones: veo a un grupo cerca de mí reírse y mi mente piensa directamente “se están riendo de mí”. Minutos después compruebo que no es así, pero sigue pasándome una y otra vez.
- En lo cotidiano: una fecha en el calendario o un olor familiar despiertan tristeza, ansiedad o recuerdos que creías olvidados.
- En el cuerpo: te quedas bloqueado en una discusión, o te notas en tensión extrema sin una razón clara.
- En la mente: pensamientos repetitivos que vuelven una y otra vez, como si te atraparan en un bucle.
- En el sueño: pesadillas recurrentes que traen emociones intensas aunque no siempre imágenes concretas.
👉 Estos disparadores no significan que estés “exagerando” ni que seas débil. Son señales de que tu puzzle interno tiene piezas que quedaron descolocadas, y que tu sistema nervioso todavía responde como si el pasado fuera presente.
Tipos de trauma
El trauma no siempre se presenta de la misma forma. Puede tomar distintas modalidades:
- Agudo: un evento concreto y puntual, como un accidente, un atraco o un desastre natural.
- Repetitivo: experiencias que se repiten de forma constante o intermitente en el tiempo, como el abandono, la negligencia, el bullying o el maltrato. Aunque no siempre provengan de las figuras más cercanas, su efecto acumulado genera heridas profundas.
- Complejo: cuando esas experiencias repetidas ocurren dentro del contexto del apego (padres, cuidadores principales) y en etapas críticas del desarrollo. En este caso, no solo se acumula dolor, sino que se afecta de manera directa la identidad, la regulación emocional y la forma de relacionarse con los demás.
👉 En otras palabras:
- Si algo doloroso pasa muchas veces, hablamos de trauma repetitivo.
- Si esas experiencias repetidas vienen de quienes deberían habernos protegido, y además ocurren en la infancia, hablamos de trauma complejo.
También podemos encontrar otras formas:
- Acumulativo: pequeñas experiencias de invalidación, crítica o desprecio que, al repetirse, dejan huella.
- Vicario o secundario: el impacto que viven profesionales, familiares o cuidadores al exponerse al dolor de otros.
¿Por qué unas personas desarrollan trauma y otras no?
No es solo el evento en sí lo que determina si habrá trauma, sino una combinación de factores personales, contextuales y de apoyo.
Los estudios muestran que el impacto depende de:
- Historia previa: haber vivido adversidad o trauma en la infancia aumenta la vulnerabilidad (Estudio ACE, Felitti et al., 1998).
- Edad y etapa del desarrollo: un niño pequeño es más vulnerable que un adulto a integrar experiencias dolorosas.
- Recursos personales: resiliencia, habilidades de afrontamiento y modelos internos de seguridad aprendidos en la infancia.
- Apoyo social y entorno: contar con vínculos seguros y acompañamiento tras el evento amortigua el impacto (Bonanno, 2004 – resiliencia).
- Características del evento: mayor intensidad, duración, imprevisibilidad o violencia interpersonal incrementan la probabilidad de trauma.
- Factores biológicos y genéticos: diferencias en la regulación del eje del estrés (hipotálamo–hipófisis–adrenal) predisponen a reacciones más intensas.
👉 Dicho de forma sencilla: el trauma no depende solo de la tormenta que vivimos, sino también de si teníamos paraguas, refugio y alguien que nos tendiera la mano en medio del temporal.
Cómo afecta el trauma al cerebro
El trauma altera el equilibrio entre distintas partes del cerebro:
- Amígdala (alarma): se hiperactiva, detectando peligro constante.
- Hipocampo (memoria contextual): pierde capacidad para diferenciar pasado y presente.
- Corteza prefrontal (razón y regulación): se desconecta, dificultando pensar con calma o tomar decisiones lógicas.
👉 Resultado: el sistema nervioso queda atrapado en modo supervivencia (lucha, huida o congelación), incluso cuando ya no hay peligro real.
La mirada de los expertos
Bessel van der Kolk: el cuerpo guarda la cuenta
El psiquiatra y pionero en el estudio del trauma Bessel van der Kolk, autor de El cuerpo lleva la cuenta, señala que las experiencias traumáticas no se archivan como recuerdos normales, sino que quedan impresas en el cuerpo: en la respiración, en la tensión muscular, en la postura o en la forma en que reaccionamos a un estímulo cotidiano.
Según Van der Kolk, el trauma hace que “el pasado siga vivo en el presente”. Por eso un simple ruido puede disparar una respuesta de pánico, o un olor puede evocar una sensación intensa de amenaza. No se trata de un fallo de voluntad, sino de un sistema nervioso atrapado en modo supervivencia.
Anabel González: el trauma como bloqueo vital
La psiquiatra y psicoterapeuta Anabel González, experta en trauma y EMDR, explica que el trauma no es solo un evento doloroso, sino una experiencia que puede dejar a la persona atrapada en un estado de supervivencia en lugar de vivir plenamente. Para González, el trauma altera la manera en que nos vemos a nosotros mismos y al mundo, porque cambia nuestros recursos internos: bloquea capacidades, impide el desarrollo y genera un estado de hiperactivación (vivir en alerta) o hipoactivación (desconexión, apagamiento). Incluso la negligencia deja lo que ella llama “cicatrices emocionales”, que duelen y que muchas veces necesitan de un tratamiento específico —como la terapia EMDR— para poder ser integradas.
Además, González recuerda que el trauma puede manifestarse de distintas formas: a veces como emociones intensas y bucles repetitivos que dificultan gestionar el malestar, otras en forma de síntomas físicos o somáticos que muestran cómo el cuerpo refleja el impacto del estrés, y también como una fuerte necesidad de control, en la que la persona busca seguridad tratando de controlar cada detalle, aunque paradójicamente esto aumente la ansiedad.
El abordaje terapéutico, según González, pasa por fortalecer la seguridad tanto interna como en las relaciones, y por desarrollar herramientas de regulación emocional que permitan gestionar el miedo y la ansiedad. Tratamientos basados en la evidencia, como el EMDR, ayudan a reprocesar recuerdos traumáticos y a sanar esas “cicatrices” emocionales, deshaciendo los nudos que impiden avanzar y permitiendo vivir con mayor libertad y calma. En sus palabras, el trauma deja huellas que pueden doler durante años, pero con el tratamiento adecuado es posible reconstruir el puzzle interno y recuperar la capacidad de vivir con autenticidad, confianza y serenidad.
Cómo se manifiesta el trauma hoy
Los síntomas del trauma pueden variar mucho de una persona a otra, pero suelen agruparse en diferentes áreas. Lo importante es entender que no son “rarezas” ni “debilidad”, sino expresiones del sistema nervioso intentando protegerse:
- Emocionales: aparecen sentimientos de miedo intenso, tristeza profunda, vergüenza o culpa, muchas veces desproporcionados respecto a la situación actual. También es común una sensación de desesperanza (“nunca voy a estar bien”) o desconfianza hacia los demás, que puede hacer difícil apoyarse en otros.
- Cognitivos: la mente queda atrapada en rumiaciones constantes, recuerdos que vuelven una y otra vez, o pensamientos intrusivos que irrumpen sin aviso. También se presentan distorsiones cognitivas, como pensar “todo es mi culpa” o “nunca podré con esto”, y bloqueos mentales, donde cuesta concentrarse o tomar decisiones.
- Conductuales: el cuerpo responde con evitación de lugares, personas o situaciones que recuerdan al trauma. Puede aparecer aislamiento social, irritabilidad o explosiones de ira que sorprenden incluso a la propia persona. A veces se busca validación constante (“¿seguro que está todo bien?”) o se desarrollan conductas autodestructivas (abuso de sustancias, autolesiones, conductas de riesgo) como forma de anestesiar el dolor.
- Físicos o psicosomáticos: el trauma no se queda en la mente. Puede manifestarse en el cuerpo como dolores de cabeza, problemas digestivos, fatiga crónica, tensión muscular, palpitaciones o insomnio. Es lo que Van der Kolk describe como “el cuerpo lleva la cuenta”: la memoria traumática se imprime también en la biología.
- Relacionales: el trauma interfiere en los vínculos. Puede generar miedo a la intimidad (“si me acerco, me harán daño”), dependencia emocional (“no puedo estar solo”) o una desconfianza excesiva que lleva a levantar muros y evitar relaciones significativas. Esto crea círculos dolorosos: cuanto más se necesita el vínculo, más miedo da acercarse.
👉 Reconocer estos síntomas no es etiquetarse, sino dar un primer paso para entender que no son defectos personales, sino señales de que el sistema nervioso todavía está respondiendo a heridas del pasado.
¿Se puede integrar el trauma?
La buena noticia es que sí. El cerebro tiene neuroplasticidad, es decir, la capacidad de reorganizarse y aprender nuevas formas de respuesta.
El trauma puede integrarse gracias a:
- Un entorno seguro y relaciones que transmiten calma.
- Experiencias repetidas de seguridad y cuidado.
- Realizar un proceso terapéutico.
El EMDR es una de las terapias más avaladas para reprocesar recuerdos traumáticos e integrarlos en la historia de vida. El trabajo con partes ayuda a unir aspectos fragmentados de la identidad, muy comunes en el trauma complejo. El mindfulness y la ACT favorecen la regulación del sistema nervioso y un cambio en la relación con ellos, permitiendo vivir más en el presente y desde los valores importantes para cada persona. Desde la neurociencia, la Teoría Polivagal de Stephen Porges explica que el trauma no es solo un recuerdo doloroso, sino un estado en el que el sistema nervioso queda atascado en modo defensa. Por eso, estas terapias también buscan restaurar la sensación de seguridad, ayudando al cuerpo a salir de la amenaza y volver a la calma y la conexión.
Con este trabajo, los recuerdos traumáticos encuentran por fin “su estantería”. Siguen formando parte de la historia, pero dejan de activarse como si fueran presente. Lo que antes se revivía, ahora se recuerda con distancia.
Mi mirada como psicóloga
En consulta veo cada día cómo el trauma puede atrapar a las personas en un estado de alerta constante. Pero también veo lo contrario: cómo, con el acompañamiento adecuado, ese mismo sistema nervioso aprende a reconocer que hoy sí hay seguridad.
He acompañado a pacientes que pasaron años sin poder dormir profundamente y que, tras trabajar su trauma, vuelven a descansar. He visto a personas que temían el contacto humano empezar a disfrutar de un abrazo sin miedo. He sido testigo de cómo alguien que, tras sufrir un atraco en su casa, no podía salir a la calle, logra poco a poco recuperar su vida y volver a caminar con calma y seguridad.
Para mí, el trabajo con trauma no es solo aliviar síntomas: es abrir la puerta a que el pasado deje de gobernar el presente, y que cada persona pueda reconectar con la vida desde un lugar de confianza, autenticidad y libertad.
📚 Bibliografía
- Van der Kolk, B. (2015). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Editorial Eleftheria.
- González, A. (2017). Las cicatrices no duelen. Cómo sanar nuestras heridas y deshacer los nudos emocionales. Editorial Planeta.
- González, A. (2021). No soy yo. Entendiendo el trauma complejo, el apego y la disociación. Editorial Planeta.
- Felitti, V. J., Anda, R. F., Nordenberg, D., Williamson, D. F., Spitz, A. M., Edwards, V., … & Marks, J. S. (1998). Relationship of childhood abuse and household dysfunction to many of the leading causes of death in adults: The Adverse Childhood Experiences (ACE) Study. American Journal of Preventive Medicine, 14(4), 245–258.
- Porges, S. W. (2011). The Polyvagal Theory: Neurophysiological Foundations of Emotions, Attachment, Communication, and Self-Regulation. W. W. Norton & Company.
- Bonanno, G. A. (2004). Loss, trauma, and human resilience: Have we underestimated the human capacity to thrive after extremely aversive events? American Psychologist, 59(1), 20–28.
