El arte de vivir sin certezas (y no morir en el intento)

Seguro que alguna vez te ha pasado: tienes todo organizado, tu agenda llena de planes, y de repente la vida te sorprende con algo que no esperabas. Puede ser una llamada inesperada, un cambio en el trabajo, o incluso un comentario de alguien que te descoloca. Y ahí surge esa sensación incómoda de que no tenemos el control absoluto de las cosas.

Nuestra mente y su obsesión por el control

Los psicólogos llevan tiempo estudiando este fenómeno. Aaron T. Beck, considerado uno de los padres de la terapia cognitiva, hablaba de cómo nuestra mente busca constantemente predecir lo que pasará para sentirnos seguros. Lo curioso es que, aunque la ciencia nos demuestra que la incertidumbre forma parte de la vida, seguimos intentando controlarlo todo.

¿Te has dado cuenta de lo cansado que resulta querer prever cada detalle? Como cuando planeamos unas vacaciones y, aunque hagamos listas infinitas, siempre aparece ese imprevisto que no estaba contemplado.

Lo que la ciencia nos dice

La investigación en psicología nos muestra que nuestra tolerancia a la incertidumbre está directamente relacionada con la ansiedad. Estudios de Carleton y colegas (2012) señalan que cuanto más rechazo sentimos hacia lo incierto, más se incrementan los niveles de ansiedad y preocupación. Es decir, no es la incertidumbre en sí la que nos genera malestar, sino la relación que tenemos con ella.

Un ejemplo sencillo: imagina que esperas el resultado de una analítica médica. Si tu mente se engancha a pensar en los peores escenarios, la espera se convierte en un tormento. En cambio, si logras aceptar que “todavía no lo sabes” y que no todo depende de ti, esa espera puede ser menos pesada.

¿De dónde nace esa necesidad de control?

No es solo cosa de personalidad o “manías”. La ciencia nos muestra que la forma en que intentamos controlar lo que nos rodea tiene raíces profundas.

Por un lado, Beck y la terapia cognitiva nos hablan de los esquemas mentales: patrones de pensamiento que nos hacen interpretar la realidad con ciertas gafas. Si de pequeños aprendimos que “solo estoy seguro si lo controlo todo”, esa idea se convierte en un reflejo automático de adultos.

Pero también está la perspectiva del apego. John Bowlby, pionero en la teoría del apego, explicaba que los bebés necesitan sentir que alguien los cuida de forma predecible y segura. Mary Ainsworth, con sus investigaciones, mostró cómo, cuando esa seguridad no está garantizada, los niños desarrollan estrategias adaptativas:

  • Algunos buscan más y más cercanía (apego ansioso). 
  • Otros aparentan no necesitar nada (apego evitativo). 
  • Y, en situaciones más complejas o traumáticas, puede aparecer un apego desorganizado. 

¿Y qué tiene que ver esto con el control? Muchísimo.

  • Si de pequeños vivimos incertidumbre constante (“¿vendrán a buscarme? ¿me cuidarán o me rechazarán?”), nuestro sistema nervioso aprendió que la seguridad no estaba garantizada. 
  • Entonces, al crecer, tratamos de compensarlo controlando lo externo. Como si vigilar cada detalle pudiera darnos la certeza que faltó en la infancia. 

Los estudios actuales en neurociencia del apego (Schore, Siegel, Fonagy, entre otros) confirman que nuestro cerebro se moldea en interacción con el entorno. Si el entorno es caótico, aprendemos que anticipar y controlar es la forma de sobrevivir.

En otras palabras: la necesidad excesiva de control es una estrategia de supervivencia. Sirvió en la infancia, pero en la adultez puede convertirse en una cárcel que alimenta la ansiedad.

Una historia que lo ilustra

Imagina a Laura, una niña de 7 años.
Cada tarde, cuando salía del colegio, no sabía quién iría a buscarla: a veces su madre, otras su abuela… y más de una vez se quedaba esperando sola hasta que alguien recordaba recogerla.

Ese “no saber” le generaba miedo. Su cuerpecito se tensaba, miraba una y otra vez la puerta del colegio, y en su mente se activaba una pregunta constante: “¿y si no vienen?”.

Años después, Laura es adulta. Tiene un buen trabajo, amigos, pareja… pero cada vez que alguien llega tarde a una cita o no responde un mensaje, siente esa misma tensión en el pecho. Inmediatamente piensa: “algo va mal”. Para calmar esa sensación, necesita revisar su agenda tres veces, controlar cada detalle de un viaje o asegurarse de que todo está bajo control.

Lo que ocurre en Laura es lo que la teoría del apego nos explica: su necesidad de control es la manera en que su cerebro, de niña, intentó protegerla de la incertidumbre. Su mente aprendió: “si controlo, estoy a salvo”. Y aunque de adulta ya no está sola en la puerta del colegio, ese patrón sigue vivo, porque se grabó en una etapa temprana como estrategia de supervivencia.

Quizá te reconozcas en algo de esta historia. Y si es así, no significa que haya algo mal contigo. Significa que tu sistema aprendió a cuidarte como mejor pudo. La buena noticia es que hoy podemos aprender nuevas formas de relacionarnos con la incertidumbre, más amables y menos agotadoras.

¿Qué podemos hacer en lo cotidiano?

  • Practicar soltar pequeñas cosas: deja que alguien elija la película o la ruta de paseo. Sí, puede parecer una tontería, pero entrenas a tu cerebro a soltar control en lo pequeño. 
  • Mindfulness en lo inesperado: cuando algo se sale del plan, en lugar de pensar “¡qué desastre!”, prueba a preguntarte: “¿qué oportunidad me trae esto?”. 
  • Diferenciar lo controlable de lo incontrolable: como decía Stephen Covey, centrar nuestra energía en lo que sí depende de nosotros nos da más calma que desgastarnos en lo imposible.

Mi mirada como psicóloga

En mi consulta escucho a menudo frases como: “si pudiera controlar esto, estaría tranquila”. Lo entiendo, porque la necesidad de tenerlo todo bajo control es muy humana. Sin embargo, lo que he visto en muchos pacientes es que la verdadera calma aparece cuando dejan de luchar contra la incertidumbre y empiezan a relacionarse con ella de otra manera.

Cuando se atreven a soltar, aunque sea un poco, algo cambia. Algunos me dicen: “me siento más ligera”, otros descubren que aparece la risa donde antes había tensión, y otros simplemente notan que pueden respirar más profundamente. No porque el mundo sea más predecible, sino porque ya no cargan con la tarea imposible de querer anticiparlo todo.

Quizá hoy quieras hacer la prueba: elegir un pequeño aspecto de tu día y dejar que fluya, sin controlarlo del todo. Tal vez te sorprenda lo que ocurre cuando damos un voto de confianza a la vida.

Al final, no se trata de eliminar la incertidumbre (eso sería imposible), sino de aprender a bailar con ella. Y en ese baile, muchas personas descubren que son más fuertes, más flexibles y más libres de lo que habían imaginado.

Basado en…

  • Beck, A. T. (1976). Cognitive Therapy and the Emotional Disorders. International Universities Press. 
  • Carleton, R. N. (2012). The intolerance of uncertainty construct in the context of anxiety disorders: Theoretical and practical perspectives. Expert Review of Neurotherapeutics, 12(8), 937–947. 
  • Bowlby, J. (1988). A Secure Base: Parent-Child Attachment and Healthy Human Development. Basic Books. 
  • Ainsworth, M. D. S., Blehar, M., Waters, E., & Wall, S. (1978). Patterns of Attachment: A Psychological Study of the Strange Situation. Lawrence Erlbaum. 
  • Schore, A. N. (2012). The Science of the Art of Psychotherapy. W. W. Norton & Company. 
  • Siegel, D. J. (2012). The Developing Mind: How Relationships and the Brain Interact to Shape Who We Are (2nd ed.). The Guilford Press.

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