¿Alguna vez has entrado en una habitación y, sin que nadie diga nada, has sentido que “algo no está bien”? O, al contrario, ¿has conocido a alguien y de inmediato tu cuerpo se ha relajado, como si esa persona transmitiera confianza?
Ese “radar” interno tiene nombre: neurocepción.
¿Qué significa neurocepción?
La neurocepción es un término acuñado por Stephen W. Porges, psicólogo e investigador estadounidense, creador de la Teoría Polivagal. Describe el proceso automático y subconsciente mediante el cual nuestro sistema nervioso evalúa si lo que nos rodea es seguro, peligroso o una amenaza vital.
Lo interesante es que esta evaluación ocurre en milésimas de segundo y no pasa primero por nuestra mente consciente. Es decir, antes de que pensemos “estoy a salvo” o “estoy en peligro”, nuestro cuerpo ya ha reaccionado: acelerando el corazón, tensando los músculos, relajando la respiración o activando la sonrisa.
👉 En palabras sencillas: la neurocepción es el radar interno que nos guía para acercarnos, defendernos o protegernos, incluso sin darnos cuenta.
💡 Sobre Stephen Porges y Deb Dana
Porges revolucionó la psicología al mostrar que la seguridad y la conexión social dependen del sistema nervioso autónomo. Más tarde, la terapeuta Deb Dana adaptó la Teoría Polivagal a la práctica clínica, ofreciendo un lenguaje claro y herramientas concretas para ayudar a los pacientes a comprender sus estados nerviosos y a regularse en terapia.
Los tres estados de nuestro sistema nervioso
Según la Teoría Polivagal, los mamíferos (incluidos los humanos) tenemos tres formas principales de responder al mundo. Son respuestas automáticas del sistema nervioso autónomo, no elecciones conscientes.
1. Compromiso social (conexión y calma)
Cuando el cuerpo detecta seguridad, puede abrirse a la cercanía y al vínculo. Este estado, propio de mamíferos, nos permite comunicarnos, aprender, jugar y sentirnos conectados.
- Ejemplo en humanos: reír con amigos, disfrutar de una conversación, relajarse con la voz de alguien querido.
2. Movilización (lucha o huida)
Si el cuerpo percibe peligro, activa la energía para defenderse o escapar.
- Ejemplo en animales: un gato que bufará para intimidar o huye velozmente.
- Ejemplo en humanos: discutir a la defensiva, sentir ira, ansiedad antes de un examen o salir corriendo de un lugar percibido como inseguro.
3. Inmovilización (colapso o apagón)
Cuando la amenaza parece extrema e inescapable, el cuerpo se “apaga” como mecanismo de protección.
- Ejemplo en animales: un conejo que queda inmóvil al ser atrapado por un depredador.
- Ejemplo en humanos: quedarse paralizado en una situación de agresión o sentir desconexión en medio de una discusión.
Nuestro sistema nervioso se mueve entre estos tres estados según lo que perciba. Si hay seguridad, fluimos hacia la conexión; si aparece peligro, pasamos a lucha/huida; y si el peligro parece insoportable, nos apagamos.
Cuando el radar se desajusta: trauma y apego
La neurocepción debería activarse solo ante peligros reales. Sin embargo, en personas con trauma o con un apego inseguro en la infancia, este radar puede quedar hipersensible o, por el contrario, apagado.
Un buen ejemplo es el de una alarma contra incendios: cuando funciona bien, solo salta si detecta humo o fuego real. Pero si está desajustada, puede activarse con el vapor de la ducha o incluso sin motivo aparente. Lo mismo pasa con nuestro sistema nervioso: a veces la alerta se enciende aunque no haya un peligro real delante. Y, en otras ocasiones, la alarma se queda apagada incluso cuando sería útil protegernos.
- Trauma: cuando alguien ha vivido abuso, negligencia o violencia, su sistema nervioso aprende a estar en guardia. Aunque el peligro ya no esté, el cuerpo sigue reaccionando. Un ruido se siente como amenaza, una mirada neutra como rechazo. Como explica Bessel van der Kolk (2014), el cuerpo responde al presente con reflejos del pasado.
- Apego: Bowlby y Ainsworth demostraron que la calidad del vínculo temprano marca cómo calibramos el radar interno:
- Con apego seguro, el niño desarrolla confianza para diferenciar lo seguro de lo peligroso.
- Con apego ansioso, el radar se vuelve hipervigilante y busca señales de abandono en cada gesto.
- Con apego evitativo, se apaga la sensibilidad a la cercanía: parece frialdad, pero es protección.
- Con apego desorganizado, el radar oscila entre acercarse y huir, porque la misma figura que debería dar calma también genera miedo.
En la vida adulta, esto puede verse en personas que sienten ansiedad en contextos tranquilos, que evitan la intimidad aunque la deseen, o que alternan entre buscar y rechazar cercanía.
Seguridad y vínculo: el papel de la oxitocina
Hasta aquí hemos visto qué ocurre cuando el radar de la neurocepción se desequilibra: detecta peligro aunque no lo haya o, al contrario, no se activa cuando sería necesario. La buena noticia es que el cuerpo también cuenta con mecanismos para recuperar la sensación de seguridad y favorecer la conexión. Uno de los más importantes es la oxitocina.
La oxitocina, a menudo llamada la hormona del vínculo, cumple un papel esencial en nuestras relaciones y en la forma en que experimentamos la seguridad.
Se libera en momentos clave de conexión:
- Durante el parto y la lactancia, favoreciendo el vínculo madre–bebé.
- En experiencias de cuidado y ternura, como una caricia o una mirada sostenida.
- En momentos de juego, risa o intimidad, donde sentimos confianza con el otro.
Lo más interesante es que esta hormona no solo genera placer en la cercanía, sino que también inhibe los sistemas de defensa. Es decir, permite que podamos entregarnos al contacto sin miedo, algo fundamental para la calma y el vínculo.
👉 Cuando hay oxitocina, un abrazo se siente cálido y seguro. Cuando falta, ese mismo abrazo puede vivirse como invasivo, incluso si racionalmente sabemos que nada malo ocurre.
Por eso es tan importante hablar de ella al explicar la neurocepción: porque la oxitocina es uno de los “puentes químicos” que nos permite pasar del estado de alerta al estado de conexión social. Y aquí aparece la esperanza: con experiencias repetidas de seguridad y cuidado, el cuerpo puede volver a generar confianza química y emocional, transformando defensa en disfrute.
Un ejemplo cercano
Imagina a Clara, una mujer que siempre rechazaba los abrazos. Cuando alguien intentaba acercarse, sentía incomodidad inmediata, incluso con personas queridas. Su cuerpo catalogaba la cercanía como peligrosa, aunque ella misma decía: “sé que no pasa nada, pero no puedo relajarme”.
En terapia, poco a poco, Clara fue viviendo experiencias de seguridad: un tono de voz cálido, un espacio sin juicios, un entorno estable. Con el tiempo, empezó a notar cómo su cuerpo respondía de forma distinta: en vez de tensión, aparecía una sensación de calma. El primer día que pudo abrazar a su mejor amiga y sentir placer en lugar de incomodidad, lo describió como “si mi cuerpo por fin entendiera que no todo contacto duele”.
Ese momento fue una señal clara de que su radar interno estaba recalibrándose y de que la oxitocina había vuelto a abrir la puerta a la conexión.
¿Qué significa esto en la práctica (y en terapia)?
Entender la neurocepción cambia la forma en que vemos nuestras reacciones y las de los demás:
- Un niño con rabietas quizá no esté siendo “caprichoso”, sino que su radar detecta amenaza en un entorno inseguro.
- Un adulto que se aísla quizá no sea “frío”, sino alguien cuyo cuerpo no logra detectar seguridad.
La terapia inspirada en la Teoría Polivagal (gracias al trabajo de Deb Dana) busca crear experiencias de seguridad real:
- Espacios predecibles y cálidos.
- Tonos de voz que transmiten calma.
- Relaciones libres de juicio.
En ese contexto, el radar puede recalibrarse. Y con ello, se abren las puertas a la conexión, la confianza y la calma.
Un ejemplo cercano
Imagina a Marta, una mujer que siempre estaba en alerta. Al entrar en un restaurante, elegía automáticamente la mesa más pegada a la pared, de cara a la puerta, “por si acaso”. Su cuerpo interpretaba lo cotidiano como peligroso: el ruido de cubiertos le aceleraba el corazón, la risa de otras personas le parecía sospechosa.
En terapia, poco a poco, Marta fue encontrando un espacio donde no tenía que defenderse. El tono de voz sereno, la predictibilidad de cada sesión y la ausencia de juicio hicieron que su cuerpo empezara a soltar la alerta. Al cabo de unos meses, Marta se dio cuenta de algo sorprendente: pudo sentarse en una terraza, reír con su amiga y sentir, por primera vez en años, que estaba tranquila.
Ese cambio no ocurrió porque “pensara en positivo”, sino porque su sistema nervioso, gracias a la repetición de experiencias seguras, aprendió a reconocer la calma como un lugar habitable.
Mi mirada como psicóloga
Lo que más me fascina de la neurocepción es que nos recuerda que no siempre reaccionamos desde la lógica, sino desde la historia que guarda nuestro cuerpo. Cuando la infancia estuvo marcada por seguridad, el radar suele calibrarse mejor. Pero si hubo trauma o apego inseguro, ese radar puede distorsionarse: ver peligro donde hay calma o desconectarse justo cuando más necesitamos cercanía.
En mi consulta veo cómo lo que un día fue una estrategia de supervivencia necesaria —hipervigilar, huir o apagarse— sigue vivo en la adultez, aunque ya no cumpla su función, ya que ahora no hay ese peligro. Y lo más valioso es presenciar cómo, cuando se ofrece un espacio seguro y respetuoso, el sistema nervioso empieza a recalibrarse.
He acompañado a pacientes que, tras años en alerta, comienzan a experimentar calma sin miedo, a disfrutar de un abrazo, a confiar en la risa compartida. No porque olviden lo que vivieron, sino porque su cuerpo aprende a reconocer que ahora sí están a salvo.
Un camino esperanzador
La buena noticia es que este radar puede reprogramarse. En terapia, cuando se repiten experiencias de seguridad en un entorno estable, el cuerpo aprende poco a poco a distinguir lo que realmente es peligro de lo que no lo es.
Esto significa que los estados de alerta que antes se encendían ante cualquier gesto, mirada o cambio en el ambiente, empiezan a suavizarse. Lo que antes era interpretado como amenaza, pasa a ser reconocido como neutral o incluso como seguro.
Es emocionante ver cómo, en ese proceso, los pacientes recuperan energía para la vida: se abren a las relaciones, disfrutan de la calma, conectan con la ternura y la alegría. La terapia se convierte así en un puente entre el pasado marcado por la supervivencia y un presente vivido desde la confianza.
Para mí, ese es el corazón de la psicoterapia: ofrecer la posibilidad de que cada persona pueda reconectar con la sensación de seguridad que abre la puerta a la libertad, la autenticidad y el vínculo humano.
APRENDE CÓMO HACERLO AQUÍ
Basado en…
Este artículo se apoya en la investigación de varios expertos que han estudiado cómo nuestro cuerpo detecta la seguridad y el peligro de manera automática:
- Stephen W. Porges, creador de la Teoría Polivagal, quien acuñó el término neurocepción para explicar cómo nuestro sistema nervioso evalúa de forma inconsciente si estamos a salvo o en riesgo.
- Deb Dana, terapeuta que adaptó la Teoría Polivagal al ámbito clínico, ofreciendo un lenguaje claro y herramientas prácticas para usarla en terapia.
- John Bowlby y Mary Ainsworth, que mostraron cómo el apego en la infancia moldea la manera en que percibimos la seguridad en nuestras relaciones.
- Bessel van der Kolk, experto en trauma, que ha explicado cómo el cuerpo guarda memoria de las experiencias dolorosas y puede vivir en alerta incluso cuando el peligro ya pasó.
- Investigaciones sobre la oxitocina, la llamada hormona del vínculo, que demuestran su papel en la conexión, la calma y el disfrute de la cercanía.
